Diarios de viaje


Japón en 13 días
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pagazauskas Japan 2 2013-05-23 / 2013-06-04 13


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Primer día en Japón, y no ha podido ser más raro. Pero no por el país, ni por los japoneses, sino por el mailto jetlag. Tras hacer escala en Paris, han sido casi 12 horas de vuelo hasta Osaka, por lo que hemos llegado cansados por todas las horas que han sido. En el avión hemos dormitado una y otra vez, sin llegar a conciliar un sueño profundo ( y eso que hemos ido ocupando tres asientos, por lo que hemos podido estirarnos y acomodarnos algo más). En conclusión, hemos aterrizado en Osaka a las 8:30 hora local, cuando la hora real para nuestros cuerpos era la 1:30 de la madrugada, y todo un día por delante.

Tras pasar los controles rutinarios, hemos llegado a coger las maleta justo a tiempo, eran las únicas que quedaban, y ya había un guardía interesandose por ellas, menos mal que hemos llegado. Un minuto más tarde las maletas estarían en la oficina de objetos perdidos. Así que ya con el equipaje recuperado, hemos vuelto a pasar un segundo control de seguridad, con perros buscando drogas, vaciado de maleta, etc. Y por fin saliamos de la terminal para recoger la tarjeta ICOCA & HARUKA que habíamos reservado el día anterior. Esta tarjeta nos serviría para el tren Haruka hasta Kyoto, y lo mejor, un bono de 1500 yenes para otros trenes de la compañía JR y el metro.

Al esperar al tren ya hemos empezado a descubrir las particularidades de los nipones. Desde el principio se ve que lo tienen todo controlado hasta el más mínimo detalle, limpieza, orden, educacion, trabajo, son sus de identidad a primera vista. Y como no, la tecnología. Al llegar el tren, lo han cerrado para que el equipo de limpieza le diera un repaso (igualito que en Renfe). Pero lo más curioso es que de repente todos los asientos se han girado solos y al unisono, para ir en el sentido de la dirección que llevaba el tren. Nos hemos sentido como Paco Martinez Soria o Alfredo Landa llegando a la gran ciudad con la gallina bajo el brazo.

El trayecto hasta Tokyo nos ha servido para descubrir la arquitectura de sus pueblos, la organización de las calles, todo igualito que en las series manga. Lo mejor de todo ha sido cuando el revisor ha entrado al vagón y ha hecho una pezado reverencia que casi se deja la espalda. Respeto. Nos han pasado varias veces, también en donde hemos comido y cenado, es su seña de identidad, una declaración de intenciones que roza el servilismo. O esa es al menos la impresión que me llevo de entrada.

Nuestra idea era dejar las maleta en el hotel cuanto antes y salir rápido para ver dos o tres templos, pero nos ha resultado imposible. A las 13 horas hemos dejado las maletas en el Piece Kyoto Hostel y nos hemos tenido que marchar, la hora de entrada eran las 15. Así que tras 24 horas de viaje (entre que salimos de casa y llegamos al hostel), hemos intentado retomar el plan original, lo que nos apetecía era dormir, estabamos reventados. Pero como no ha podido ser, hemos cogido el autobus frente a la estación dirección Kinkakuji, el templo del pabellón de oro. Supuestamente eran 40 minutos hasta el templo, pero entre que el jetlag nos tenía confundidos, y que no coincidía el nombre, nos hemos saltado la parada. Hemos terminado en Kitaoji, cuatro o cinco paradas más que la nuestra. El hambre nos apretaba a esa horas, y hemos comido en un centro comercial, nos hubiera gustado que fuera en un japonés, pero ha sido en un semi-italiano. En esos momentos nos ha dado igual. Solo pensabamos en sentarnos y cargar un poco las pilas.

 

Ya eran las 15 horas cuando hemos terminado, así que en vista de que el cuerpo nos pedía descanso a gritos, hemos cogido el metro desde Kitaoji hasta la estación de Kyoto. De vuelta al hostel, donde hemos caido rendidos y hemos hechado una buena siesta. Ya era de noche al despertar, asi que hemos vuelto a salir y hemos cenado cerca de la estación en un japonés tradicional: sashimi (pescado fresco crudo), tempura de verduras y un pescado raro que estaba muy bueno, pero que es imposible acordarse del nombre. Lo curioso es que en la mesa hay una vitrocerámica, y según que platos, te los podras cocinar tu mismo o también mantener caliente la comida.

Cocina

Y el día no ha dado para más. No hemos podido ver mucho ni casi sacar fotos (solo en la cena), pero esperamos que mañana, con el cuerpo ya recuperado, empezamos a descubrir los secretos de Kyoto.

Peio Eskondu (2013-05-25, 01:27)
Joseba, es de agradecer el esfuerzo que has realizado, ofreciéndonos esta introducción, a pesar del cansancio. Estibaliz, te sienta muy bien esa especie de protección que te has puesto entre los brazos. Gracias, seguiremos en contacto. Saludos
Esti Guinea (2013-05-25, 14:26)
Peter! Estos nipones te superan en perfeccionismo de alineacion de papeles. En la oficina del tren, se han tirado un ratico para alinear un plástico con un billete!!. A poco me caigo al suelo de la risa,....:)
zohartze (2013-05-27, 17:41)
Interesante lo de la vitrocerámica!
(2014-09-25, 17:43)
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edurne (2013-06-02, 18:45)
Alguna ventaja tenemos los que somos pequeños podemos sentarnos lo mismo en alto que en bajo ondo pasa
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Hoy parecíamos personas humanas al levantarnos. A pesar del cambio horario, hemos conseguido dormir toda la noche del tirón, así que para las 8 ya estabamos desayunando arroz y cafe soluble, acompañado de algún bollo. Tras perder un día ayer, hoy estabamos con ganas de empezar a conocer la ciudad de Kyoto. Para la jornada teníamos previsto ver varios templos, y ha ido todo tan bien que nos ha dado tiempo a ver alguna cosa más. Arrancabamos de nuevo montados en el autobús, camino a la parada de Gojo, donde nos hemos bajado para caminar un rato hasta el templo de Kiyomizu. Era cuesta arriba, pero estabamos frescos y con fuerzas. Nos ha servido como toma de contacto y hemos visto algunas tiendas curiosas, pero era pronto, y la mayoría estaban cerradas.

Kiyomizudera es unos de los templos más famosos de Kyoto, aunque tienen varios. Su particularidad es que esta sobre una colina, y ofrece una espectaculares vistas de la ciudad. A diferencia de China, aquí es costumbre lavarse las manos al entrar a los templos, por lo que tienen habilitadas varias fuentes en las que se utilizan unos pequeños cazos para limpiarse. No podíamos ser menos que ellos y hemos tenido que hacerlo.

Nada más entrar a Kiyomizu, había una especie de vara de hierro gigante, que los lugareños intentaban levantar sin éxito. Como no podía ser de otra forma, un nacido en Bilbao no podía dejar de intentar demostrar su fuerza, pero ha sido en vano, aquello no se movía. Así que derrotado por su peso, hemos seguido la visita.

Tras visitar el templo principal, más espectacular visto desde lejos, hemos seguido un camino entre bosques hasta bajar a una fuente con tres chorros en la que incluso había cola para limpiarse. Curioso. La visita no ha dado para mucho más.

 

 

Nada más salir, hemos descendido entre calles, abarrotadas de turistas y colegiales japoneses. A pesar de ser sábado, siguen vistiendo con sus trajes escolares, algunos son parecidos a los de La Milagrosa, y casi es una suerte, porque otros visten de marineros, como en la primera comunión. Callejeando, hemos atravesado preciosos barrios, con restaurantes, cafeterías, casa de te... hasta llegar al parque de Mayumacho, donde hemos tenido una agradable conversación con un jubilado que estaba aprendiendo inglés. Ha visto que eramos extranjeros y se ha acercado a ver que contabamos, mal lo tenía si quería mejorar su inglés con nosotros. Hemos conseguido entendernos, y es que el señor hablaba en japanglish (termino que me acabo de inventar). En este parque además hemos llegado a presenciar una boda, que celebraban en un templo a la vista de todo el mundo.

Durante la caminata que noa hemos dado por la mañana, hemos visto cosas curiosas como los porteadores. En algún lugar habíamos visto que llevaban a dos personas en un carro tirado por una bicicleta, pero aquí los locos de ellos los llevaban corriendo, tirando de piernas. Una locura. Otra cosa curiosa es que hemos visto multitud de personas vestidas con los trajes típicos japones, con sus quimonos, sus chanclas de madera,... Al parecer hay negocios en los que te visten de geisha durante unas horas, supongo que esto será algo similar, o puede que salgan de casa vestidos así, quien sabe. 

Tras varias horas caminando nos hemos parado a comer algo ligero, y tras reposar y recuperarnos del calor, hemos cogido el autobús hasta Kinkakuji, el templo de plata. El que nos quedamos sin visitar ayer fue el de oro, Ginkakuji. Así que con las fuerzas repuestas hemos recorrido los increibles jardines y estanques que rodean el templo.  Que pena no poder verlo más verde, estaba un poco seco, y al estar cubierto en gran parte de musgo, no era tan espectacular. Lo que nos ha sorprendido en cambio ha sido el jardin de piedra, con perfeccionistas dibujos y lineas, muy del estilo nipón. Una vez más hemos hecho un recorrido entre arboles y bambú, hasta llegar de nuevo a Kinkakuji. La verdad es que hasta ahora están siendo más vistosos los jardines y senderos entre bosques que los templos en sí.

De nuevo volvíamos al autobús. En este caso, al volver de un sitio turístico, estaba lleno hasta la bandera. Y sin un rumbo fijo, hemos ido parada tras parada hasta que nos ha llamado la atención una galería comercial y hemos decidido bajarnos. No sabíamos exactamente donde estabamos, pero queríamos improvisar un poco. Así que nos hemos adentrado en una pasillos inmensos, con negocios de todo tipo. Si algo es característico de los japoneses es su afan por las compras y el consumismo. Y aquí tenían para dar y tomar: tiendas, tiendas y más tiendas. Lo mejor es que puede caminar tranquilamente sin que nadie te acose para que le compres vete a saber que, total tranquilidad para el turista. Tiendas de ropa, cafeterías, tiendas de especias, incluso algún que otro pachinco (salones de juegos brutales, todavía no toca visitar uno), en galerías de pasillos interminables que se cruzaban entre si, aquello no tenía fin. Y así hemos pasado buena parte de la tarde, hasta que por casualidad nos hemos encontrado el Nishiki Market, el mercado tradicional de la ciudad, en el que destacan los puestos de pescado sobre el resto de puestos de comida. Y es que no hay nada que les guste más que el pescado fresco. Casi no hemos sacado fotos en el mercado, y es que habíamos oído que no les gustaba mucho que fotografiaran sus puestos. De todos modos, y a diferencia de lo que vimos en China, la comida no difiere mucho de lo que podemos encontrarnos en un mercado de Euskadi, no comen cosas raras, si no contamos como raro el sushi o el sashimi. Por lo tanto, no merecía la pena jugarse una bronca con un lugareño.

Y aprovechando que estábamos en el mercado, nos hemos parado a tomar algo y a descansar en un bar/restaurante. Cuando nos han puesto la carta de comida delante, no he podido resistirme, y es que tenía mucha hambre. Las raciones no son muy grandes aquí, así se entiende lo flacos que están los condenados a diferencia de nosotros.  Así que aunque era más merienda que cena (en las 17:30) me he metido para el pecho un cuenco de udon que me ha sabido a gloria. Esti ha preferido una ensalada de tofu. Y que mejor que una buena cerveza de caña de la marca Kirin, la que más se ve por aquí. Ha sido una carga de energía trás un día entero andando bajo el sol, nos ha devuelto la vida.

Y por si fuera poco, a la vuelta hacia el hostel nos hemos parado y hemos visitado la estación del tren, por la que hasta ahora habíamos pasado varias veces pero sin detenernos a observarla con detenimiento. Una obra maestra de la arquitectura, sin duda, el edificio más espectacular de Kyoto. Que manera de ganar espacio, con una altura de 10 pisos, cuenta con hoteles, centros comerciales, restaurantes, bares... pero sin duda lo más increible es la cúpula (¿se llama así?) que cubre el vestibulo, como digo con una altura de 10 pisos, y que puedes ir escalando subiendo escaleras mecánicas unas tras otras. A partir de la quinta altura, en uno de las alas han construido un auditorio inmenso, que a primera vista parecen solo escaleras, pero que se convierten en gradas si hay algún concierto. Casualmente estaban terminando de montar un escenario cuando hemos llegado, si no hubiera estado, quizá no hubieramos descubierto su utilidad. Para más inri, las escaleras se iluminaban dibujando letras japonesas. Increible.

Y el día no ha dado para más, ha sido intenso, hemos visto un montón de cosas y ya nos movemos por aquí como si estuvieramos en casa (gracias a que nos podemos entender en inglés con ellos). Para mañana tenemos prevista la primera de las excursiones: Miyajima e Hiroshima. Así que pronto a la cama que mañana cogemos el Shinsanken (tren bala) a primera hora.

Angela (2013-05-25, 22:09)
Que bonito lo cuentas Joseba. Me dan ganas de comprar billete y plantarme ahí. Quiero ver fotos de Esti vestida de Geisha!
Esti Guinea (2013-05-27, 11:04)
Eso creo que estará difícil, que esta gente es muy chiquita y no habrá quimonos de mi talla!
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Madrugon de los buenos, a las 6 de la mañana ha sonado el despertador sin ningún tipo de piedad. Era un poco pronto, pero teníamos por delante una larga jornada, en la que hemos visitado la isla de Miyajima y la ciudad de Hiroshima. Hemos cogido el Shinkansen a las 7:20, por lo que no hemos podido desayunar en el hotel, ya que empieza a las 8 horas. Así que hemos salido sin tomar nada dirección a la estación, que la tenemos a dos pasos.

Una vez localizado el anden, y con media hora por delante, nos hemos comprado una caja de sushi y sashimi, y unos triangulos de arroz cubiertos de alga nori. Aunque parezca mentira ha sido todo un manjar. Parece que nos estamos haciendo medio japoneses, ya desayunamos arroz o sushi como si nada. Todo esto regado un bote de cafe latte, que en esta ocasión no nos ha gustado. Port si no lo he contado hasta ahora, Japon es el paraiso de los cafeteros, en cualquier esquina te encuentras una máquina de refrescos, y en ninguna faltan las latas de cafe. Hay distintas variedades, y aunque no os lo creais, esta bueno. Frío pero bueno. Se acabo el salir de viaje y tener que ir al Starbucks para tomar un cafe decente.

Nuestra expericencia con los trenes bala ha sido muy buena, con espacio más que de sobra para estirar las piernas, asientos cómodos, pocas paradas y toda la información también en inglés, por lo que es imposible perderse. En cada tren hay varios vagones con asientos sin reserva, por lo que tan solo hay que hacer cola en los puntos indicados en el anden y sentarse donde pilles, por ahora no hemos visto que haya problema de sitio. El tren es tan cómodo que la hora y cuarenta y cinco minutos de trayecto hasta Hiroshima se nos ha pasado muy rápido. Esti incluso ha aprovechado a echar una cabezada.

En la estación de Hiroshima nos hemos cambiado a un tren local para desplazarnos 50 kilómetros al sur, al muelle de Miyajima-muchi. En este localidad hemos dejado el tren y lo hemos cambiado por el ferry, que nos dejaría en la isla. Todo este trayecto lo hemos hecho con el Japan Rail Pass, un pase que hemos comprado para una semana y que incluye todos los transportes de la compañía JR: tren, metro, autobus y hasta ferry. Merece la pena comprarlo, cuesta lo mismo que en billete de tren bala entre Tokyo y Kyoto.

Centrándome un poco en la primera visita de la jornada, nada más atracar en el muelle, en tierra firme nos esperaban los hambrientos ciervos de Miyajima. Estaban sueltos por todo el paseo, esperando a que los turistas les dieran de comer. Más de uno se apostaba frente a los puestos de comida y se relamía viendo como cocinaban. A alguna niña la perseguían para quitarle la comida, menos mal que nos son animales peligrosos.

Animales aparte, el principal atractivo de la isla es su puerta o tori, clavada en medio del mar. Es una estampa espectacular. Con la marea alta parece inaccesible desde la orilla, pero al descender la marea, se puede caminar hasta sus pies. El tori forma parte de un templo construido también sobre al agua, Itsukushima,, en que los turistas rezan y dejan anotados papeles para se cumplan sus peticiones. La isla asimismo es conocida por las ostras, los puestos se agolpan en las calles principales, pero a diferencia de por ejemplo Galicia (donde se las comen vivas y con un poco limón), en esta zona de Japón las asan sobre unas brasas. En ese momento no nos apetecían, por lo que hemos pasado del asunto. Otra vez será.

Y poco más nos ha ofrecido la isla: un bonito paseo junto al mar, las increibles vistas del tori y algún que otro templo. Así que ya cansados de sufrir el acoso del sol, hemos cogido el ferry de vuelta hacia tierra firme y después el tren hasta Hiroshima. Nos quedaba el plato fuerte del día, el memorial de la paz. Antes de empezar la visita al parque y el museo, hemos encontrado un lugar muy bueno para comer udon. Creo que incluso estaba mejor que el de ayer, con los fideos, carne de ternera y un huevo a medio hacer que se he revuelto y se ha hecho con el caldo del cuenco. Esti también ha comido udon, pero otro distinto, con huevo medio cocido y verdura. Antes de sentarnos hemos pedido en la entrada (tenían la carta en inglés y con fotos), hemos pegado y nos han dado unos fichas que hemos entregado en la barra (hemos comido en taburetes de cara a los cocineros, viendo como preparaban los platos).

Con el estomago calmado y la sed saciaba con Kirin muy fresca, hemos caminado un poco hasta la zona del parque de la paz. En primer lugar hemos visto el pabellón del comercio, unos de los pocos edificios que quedaron en pie tras lanzar la bomba. En sus aledaños, varias victimas de la bomba intentaban explicar a los turistas el horror que sufrieron. Algunas fotografías con malformaciones te ponían los pelos de punta. Pero donde realmente te llegas a hacer una idea es al visitar el museo. Paso a paso te van contando la historia de la ciudad, una ciudad militar basicamente, y como había llegado a ser el punto de partida de las tropas niponas. Y ese fue el principal motivo para que la eligieran entre otras ciudades japonesas (además de que había sido la menos castigada hasta ese momento en la guerra). En varias maquetas te van explicando como era la ciudad antes, y como quedo reducida a escombros. Como una ola de fuego arraso todo a su paso en varios kilómetros a la redonda. Como la ropa de los supervivientes se deshacia. Viendo todo eso no puedes sentir más que rabia por lo que hicieron, 140.000 personas muertas, malformaciones durante generaciones, y todo por los yankees, los amigos de la libertad y la democracia. Puede que los japoneses no fueran santos, pero llegar a tal extremo debería hacer afectado de alguna forma a los estadounidenses, que casi 70 años después nos siguen dando lecciones de democracia.

El acontecimiento sigue muy presente en la memoria de los japoneses. En unos de los momumentos construidos como recordatorio, los autoctonos se inclinaban y mostraban respecto por las almas de los caídos. En otro de los monumentos, un grupo de críos cantaban y hacían una ofrenda floral. El tiempo pasa, pero ellos nos olvidan, sin aparente rencor, pero el objetivo de que todo el mundo comprenda el horror que puede causar una arma de este tipo. Y eso es lo que intentan mostrar en el museo, en ningún momento atacan a los americanos, solo cuentan lo que paso y piden por favor que no vuelva a repetirse.

Pasando a temas menos serios, esto ha sido lo último que hemos podido visitar en el día de hoy. Todavía eran las 5 de la tarde cuando hemos cogido un tren 'bala' de vuelta. No llegaba hasta Kyoto, pero al menos nos dejaría en Osaka, donde habría más trenes. Incluso nos hemos planteado la opción de parar en Osaka, ya que tenemos intención de visitar Namba y Dotombori (dos zonas nocturnas muy curiosas) alguna tarde/noche. Pero ha sido imposible, hemos topado con el tren 'balin'. Tres horas de larguisimo trayecto. 5 minutos de parada en cada estación, para que pasaran los trenes rápidos de verdad. Vaya fiasco. Al final hemos llegado casi a las 9 Kyoto, y a esas horas pocas más opciones nos ha dejado el día. Más tendiendo en cuenta que llevamos levantados desde las 6 de la mañana. Así que un poco más de udon y arroz para cenar, no tan bueno como el de días anteriores, y para el hostel.

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Hoy ha tocado levantarnos más tarde, sin prisa de ningún tipo. Después del madrugón de ayer nos apetecía tomarnoslo con un poco más de calma, no pegarnos la paliza desde la mañana y llegar a la tarde un poco más frescos. Como el día ha amanecido nublado, al menos no tendríamos que sufrir el sol del mediodía. De todos modos el calor continúa, el termómetro marca menos grados, pero muy pocos menos. Encima han pronosticado lluvias para los próximos días en la zona, así que no vamos a quejarnos del calor, nuestro mayor enemigo siempre será el agua. 

Para empezar la jornada hemos cogido el tren hasta Nara, la ciudad de bambies. Esta ciudad se caracteriza sobre todo por sus templos y parques, y es uno de los destinos turísticos por excelencia de Japón. El más impresionante de todos es sin duda Todaiji, un enorme templo que alberga un gigantesco buda en su interior (gastaron la mayor parte de las reservas de bronce del país allá por el año 750 para construirlo). Dentro del mismo templo, y aprovechando un pequeño agujero en una de sus columnas, los japoneses intentar pasar por el mismo con la idea que les traiga buena suerte. Claro que cualquier cuerpo no cabe. Los niños que hemos visto han pasado sin problemas, pero nos hemos echado unas risas con un adulto que las ha pasado canutas para pasar todo el cuerpo, tanto que al final la gente hasta le ha aplaudido. Realmente curioso y divertido.

Además de este templo, que es el más conocido, por todo el Nara Park y su colina principal hay templos diseminados, entre árboles, a los que se llega por caminos bordeados por faroles de piedra. El entorno es muy bonito, de película. No se sí por la noche los iluminaran, pero sería increíble andar por esos caminos iluminados por los faroles. Algunos de los otros templos han sido Nigatsudo o Hokkedo, y el segundo que más nos ha gustado, Kasuga Taisha. Pero de templos no va a vivir solo el turista, durante toda la mañana no han podido faltar los bambies, estaban por todas las esquinas, a la caza del humano que les diera algo de comida. Si el bobón se plantará aquí con una escopeta se iba a poner las botas.

Tras toda la mañana caminando, e ir descubriendo templo tras templo, las piernas empezaban a dar signos de cansancio, ya que hemos subido y bajado la colina siguiendo el paseo. En la Lonely Planet había una ruta de unos 5 km que pasaba por los puntos más importantes: a las 2 del mediodía habíamos hecho gran parte del trayecto, así que tras bajar del monte nos hemos cogido un autobús y hemos vuelto al centro de la ciudad. Ya habíamos andando bastante.

El hambre apretaba, y haciendo caso de nuevo de la guía, hemos encontrado un original restaurante, el Okaru. El plato estrella es el Okonomiyaki, receta popular en la zona de Kansai, y de la que habíamos oído hablar también en Hiroshima. Así qué nos hemos metido dentro, y a pesar de ser pequeño nos han atendido rápidamente y nos han sentado en una mesa con sillas (había otras con bancos muy bajos, en los que se sentaban los autóctonos, no me hubieran entrado las piernas aunque hubiera querido). La señora que nos han tomado nota se ha encargado de preparar el plato en la plancha que había en nuestra mesa. Los ingredientes: pulpo, gambas, verdura y tres huevos crudos. Ha mezclado todo bien en el bol y lo ha vertido en la plancha, donde se ha ido preparando como una tortilla. Mientras esperábamos he intentado meterle la espátula por sí se agarraba pero la señora ha venido a todo correr y me ha dicho que no lo tocara, así que he dejado que fuera ella quien le diera la vuelta, le untara la salsa de la casa y la manchara con un poco de mahonesa. El resultado ha sido una especie de pancake espectacular. 

Después de comer hemos cogido el tren de vuelta y nos hemos bajado cerca de Kyoto, en Inari, donde hemos visitado el famoso Fushimi Inari. Se trata de un monte con multitud de templos y tumbas, pero cuyo mayor atractivo son unos pasillos construidos con toris rojos que recorren parte de la colina. Vas andando en su interior y además de su color, llama la atención  la sensación de estar caminando por un túnel. Un sitio muy muy curioso y uno de los que no ha perderse en Kyoto. En la película Memorias de una geisha sale una escena en la que la protagonista corre por un pasillo rojo, se grabo precisamente aquí, no creo que haya otro sitio como esté en el mundo.

Por sí fuera poco, nos ha dado tiempo a darnos una ducha en el hostel, que aunque no haya salido el sol el calor ha seguido siendo intenso (sobre los 25-30 grados), y hemos vuelto a salir para visitar otras zonas de la ciudad como Gion o Potoncho. Tras coger el metro y hacer una escala, hemos encontrado con facilidad Potoncho, una estrecha calle plagada de bares y restaurantes, muchos de ellos con terrazas que daban al río. La calle esta decorada con farolillos, por lo que genera un ambiente agradable, y más si se visita de noche. Tras llegar al final de la calle, hemos cruzado el río para acercarnos a Gion, zona de las geishas en la ciudad. Hemos visto alguna suelta, pero lo que más nos ha llamados la atención ha sido la multitud de clubs de señoritas que había. Igual ha coincidido que hemos atravesado la calle que no debíamos, pero había clubs para dar y tomar. Con los de seguridad trajeados en la puerta, y el pinganillo en la oreja, nos veían pasar pensando: que harán estos occidentales en esta calle, están un poco perdidos.

Y el día ha terminado sin poco más que contar, hemos cenado en los aledaños de la estación (tenían vino español y jamón entre otras comidas internacionales) y nos hemos ido para el hostel a dormir: ha sido un día largo pero satisfactorio en el que hemos visitado dos sitios muy interesantes. Y mañana nos queda el último día en Kyoto, ¿conseguiremos llegar sin perdernos a Kinkakuji? ¿pasearemos por el bosque de bambú? Esperemos que el tiempo lo permita.

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Peio Eskondu (2013-05-28, 01:00)
Joseba, ¡Que salao que sos con los nombres¡ Hay que ver que inventiva tienes, "Kinkankuji, Okonomiyaki,Todaiji. Como es: Fushimi o Josemi. Esti, ya que has llegado hasta el túnel rojo, que te costaba haberte puesto un "kimono" de Gheisa y haber protagonizado alguna escena. Saludos cordiales, pareja. Hasta otro rato
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Ya empieza a costar un poco desayunar arroz, pero al menos llena el estomago. Hay algún que otro bollo o tostada, pero la fruta, los cereales o un simple zumo brillan por su ausencia en el desayuno, siendo un hostel tampoco vamos a pedir milagros. Es la única pega, por lo demás esta todo nuevo, limpio y lo más importante, a un paso de la estación.

En nuestro último día en Kyoto, que casualmente ha coincidido con mi cumpleaños (el año pasado estabamos en Xian), la lluvia ha sido nuestra principal compañera de viaje. En ningún momento a jarreado, pero era una especie de sirimiri que molestaba, sobre todo porque que había que sujetar el paraguas. Como no podía ser de otra forma en Kyoto, se presentaba una jornada de templos, jardines y bosques. Ese es su principal atractivo, por algo es la ciudad más tradicional de Japón, se nota que no viven con el estres de una gran ciudad y se agradece a la hora coger el bus, el metro o caminar por la calle. Cuando lleguemos a Tokyo igual nos agobiamos con el cambio, aunque eso se vera cuando lleguemos a la capital.

Al llegar a la estación (es la misma para trenes, metro y autobús) hemos sacado el pase diario del bus y de paso nos hemos ahorrado unos yenes, aunque ya es el tercer pase o tarjeta que tenemos: con el Japan Rail Pass, la Icoca y ahora este pase diario. Pero hoy nos vamos a mover solo en bus, y realmente es el que mejor funciona en Kyoto, el metro no llega a los principales puntos de interés.

Tras pasarnos de parada el primer día, en esta ocasión hemos llegado sin ningún problema a Kinkakuji, el pabellón de oro. En la puerta se agolpaban grupos de turistas occidentales (creemos que estadounidenses) y hordas de colegiales autóctonos, todos con sus uniformes, en fila, y siguiendo a sus profesores o guías ordenadamente. A diferencia de Ginkakuji, pabellón de plata, Kinkakuji destaca más por el edificio que por sus jardines. Justo frente al pabellón hay un estanque, y cuesta encontrar un hueco para hacerse o sacar una foto, ya que la estampa del dorado pabellón sobre el agua es única. Y eso ha sido lo mejor de la visita, hemos seguido la senda que bordea el edificio hasta la salida. Los jardines estaban secos, y el musgo no era muy verde, por lo que el paseo tampoco ha sido nada del otro mundo. En la salida había un montón de puestos de dulces o productos típicos. Hemos probado algunos productos, que no nos ha gustado casi ninguno. Aquí se lleva sobre todo una masa verde, que lo mismo sirve para un bizcocho que para una bola redonda como una aceituna. La hemos probado y no ha triunfado. Esta claro que los japoneses tienen otro concepto de lo que es un dulce. Lo que nos ha gustado mucho en cambio han sido unas bolas de frutos secos bañadas en wassabi. Horsebrading ponía en el cartel. Wassabi para ellos. Lo más curioso es que si las muerdes solo pican un poco, pero si la chupas antes, el picor te empieza subir por la nariz y te produce una sensación que engancha.

 

Tras la corta visita a Kinkakuji, hemos vuelto a coger el bus (no sin perdernos, ya que lo hemos cogido en el sentido contrario) para dirigirnos a Ryoanji temple. Este templo destaca por su jardín zen. Compuesto solo de piedras y arena blanca, consigue recrear la simplicidad de las formas, o eso dicen ellos. No creo que un occidental llegue a comprender este tipo de representaciones si no esta empapado de la cultura oriental. Ya no es solo algo visual, sino conceptual. Como el resto de templos, se encuentra rodeado de jardines y estanques, por los que hemos paseado hasta la salida. En el estanque reposaban infinidad de flores, por lo que el paseo ha sido agradable.

Lo más curioso en este templo es que nos han entrevistado un grupo de colegiales. Con la idea practicar su inglés, nos han hecho varias preguntas a las que hemos intentado responder. Tenían el cuestionario preparado y a medida que hacían las preguntas iban anotando las respuestas. Al final, nos hemos sacado una foto con ellos y se han quedado la mar de contentos. Estos eran estudiantes de un instituto, y en la salida, hemos respondido otro cuestionario esta vez a un universitario. Obviamente su idea no era practicar inglés, lo hablaba perfectamente, sino hacernos varias preguntas sobre el templo.

Así que tras hacer la labor social con los estudiantes japoneses, hemos vuelto de nuevo al autobús. Nos quedaba la tercera y última visita del día: el distrito de Arashiyama. Cambiábamos los templos por los paisajes. Esta zona es muy turística, y hay infinidad de restaurantes, tiendas y porteadores de carros. El principal atractivo de la visita era pasear por el camino de bambú, una colina plagada del árbol que acabo de citar, y por el que paseas por un estrecho camino. Parece que se hace de noche, ya que no entra mucha luz debido a la densidad. Es un lugar muy curioso. En nuestro caso hemos hecho el camino en sentido inverso, ya que hemos subido la colina por la parte posterior, tras darnos un paseo por la ribera del río Hozu. En este río se pueden dar paseos en barca, aunque me imagino que más en verano, al estar lloviendo poco movimiento de barcas había. Lo que nos ha llamado la atención es que había una atracción de pesca con cormoranes, como la que vimos en Yangshuo.

Cruzando el puente Togetsukyo, hay unas bonitas vistas con el río y la hierba en medio del mismo, se puede llegar a una montaña en la que hay una gran colonia de monos. Como curiosidad, son los humanos los que están enjaulados, y los monos los que pasean en libertad. No hemos subido al monte, pero hemos visto como un mono bajaba hasta el río y volvía a subir hacia los arboles en nada. Para cuando hemos llegado ya no había ni rastro del mono, estaría escondido. Seguro que si llegamos a sacar algo de comida y la dejamos en el camino hubiera aparecido, pero solo teníamos las bolas de wassabi, tampoco era cuestión de cargarse al mono.

Para volver al hostel hemos cogido el autobús de nuevo, y hemos tardado casi una hora en llegar ya que paraba continuamente. Encima era de hora de salida del trabajo y no dejaban de montarse japoneses uno tras otro. Ya estábamos cansados de tanto traqueteo y para y arranca, menos mal que ha sido el último que cogíamos. Al llegar a la estación, y como el tiempo no mejoraba, hemos optado por irnos al hostel, darnos una ducha y salir a celebrar mi cumpleaños a un restaurante que estaba muy cerca. Tenía buena pinta, y la verdad es que no nos ha defraudado. Hemos elegido para cenar una especie de bandeja con todo tipo de productos japoneses: sushi, sashimi, tempura, encurtidos... y lo hemos acompañado con una pequeña botella de sake. Había que probarlo y no me ha parecido ninguna maravilla. No tiene un sabor definido, pero es fuerte, a Esti no le ha gustado nada. La comida en cambio ha sido espectacular, sobre todo el sushi de salmón. Que sabor. Se notaba que el producto era de buena calidad. Hemos disfrutado comiendo, nos lo tenían que ver en la cara. No ha sido mucha cantidad, pero le sobraba calidad. De postre nos han dado una especie de flan, que creemos era de almendras, sabía un poco a turrón.

Y esto ha sido todo lo que nos ha ofrecido Kyoto y sus alrededores: mucho templo, bambi, jardín y bosque. El Japón mas tradicional. Han sido días de andar mucho, pero tranquilos, disfrutando de la paz antes de la guerra. Aunque nos queda una última parada antes de Tokyo. Mañana pronto salimos dirección Takayama, una pequeña ciudad cercana a los alpes japoneses. Pero esa es ya otra historia.

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Madrugon de los buenos el de hoy: a las 5:30. A esas horas ya ha amanecido, pero hay muy poca actividad, alguna gente que va a trabajar y casi todas las tiendas cerradas. Para desayunar hemos encontrado un puesto en el mismo andén del tren, no había mucho para elegir, pero al menos hemos cogido un par de sandwich, unos bollos (uno con tortilla francesa) y un café de lata. De paso hemos gastado el saldo que nos quedaba en la tarjeta Icoca, por lo que al final el desayuno nos ha salido medio gratis.

El plan de viaje de hoy era movernos hasta la ciudad de Hida-Takayama, cerca de las montañas japonesas, lo que se conocen como sus Alpes. La ciudad esta a una altura de casi 600 metros. Hasta ahora estábamos prácticamente a la altura del mar. Así que para empezar hemos cogido un Hikari que nos ha llevado hasta la ciudad de Nagoya, donde hemos cambiado a un tren regional que nos llevaría a Takayama. Este tren es conocido por sus vistas panorámicas y razón no les falta, el paisaje cambia totalmente. Se empiezan a ver cada vez más montañas y el tren discurre en muchos momentos en paralelo al río. También se empiezan a ver cada vez más arrozales, dejamos atrás el Japón del hormigón y asfalto para encontrarnos el Japón de los arrozales y las montañas verdes. Y ese color tan verde nos recuerda a nuestra casa por supuesto. A fin de cuentas, si esta tan verde será porque llueve mucho.

Tras dos horas de tren nos bajamos del mismo en Takayama, y llueve con tanta intensidad que de entrada decidimos cancelar la excursión que teníamos prevista para hoy: la visita a la aldea a Shirakawa. Nos quedaremos visitando Takayama, cambiamos el plan de hoy por el de mañana a la espera de que el tiempo nos respete. Así que con el poncho puesto, y bajo la lluvia, nos dirigimos al ryokan donde vamos a dormir esta noche. Queremos dejar las maletas y poder comenzar a explorar el pueblo. Por suerte tardamos poco en encontrarlo.

Un ryokan es la típica casa de hospedaje japonesa, con el suelo de esterillas, las puertas correderas y ventanas con papel blanco en vez de cristal. Para empezar te tienes que descalzar al entrar. En una balda junto a la puerta esta escrito mi nombre para que dejemos nuestras zapatillas en ese lugar. Están en todo estos japoneses. Claro que tampoco vas a ir descalzo o en calcetines, te dejan unas zapatillas de casa para moverte por el ryokan. Pero no en todas las habitaciones, en las que tienen el suelo con esterillas de bambú (eso le hemos entendido que era) no se puede ni entrar con las zapatillas de casa, por lo que tienes que ir en calcetines (sobre decir que a este país hay que venir con calcetines nuevos y sin tomates).

Hemos dejado en un momento las maletas y en unos pocos minutos estábamos, mapa en mano, dirigiéndonos al casco antiguo. Las calles están medio vacías, será por la lluvia. La zona antigua se distingue por sus casa de madera oscura, muchas tienen negocios y son sobre todo son casas de te, de sake o de comida y chucherías. En primavera celebran un festival en el que sacan de las casas unas enormes carrozas, por lo que muchas casas tienen puertas altas para poder sacarlas.

En el transcurso de la mañana el tiempo ha cambiado, por lo que hemos podido guardar el paraguas y disfrutar del paseo. En una de las riveras del río se celebra cada mañana un mercado, pero para cuando hemos llegado quedaban pocos puestos. Seguro que hubiera estado animado. De todos modos, con pasear por sus calles es suficiente, cuando hay poca gente, es como si estuvieras en una aldea antigua. Solo faltaba que saliera Zatoichi de una las casas.

Lo más curioso de la mañana ha sido cuando nos hemos encontrado a un tío con una camiseta de Gora Erreala, jeje, no he podido preguntarle de donde era. Se había criado en Donosti y llevaba muchos años fuera, pero decía que había que apoyar a la real en estos momentos, aunque lo tenía un poco difícil. Un rato antes les hemos ido a los de su grupo hablar en castellano y nos hemos ofrecido a sacarles una foto, pero como iba con jersey no se le veía la camiseta y no lo he dicho nada. Según nos decía, teníamos más pinta de guiris que de otra cosa.

A última hora de la mañana nos hemos adentrado en las calles más comerciales, plagadas de turistas japoneses, jubilados y colegiales sobre todo. En estas calles abundaban las tiendas, y hemos entrado en algunas por curiosidad. Vendían sobre todo sobres de carne de hida (muy famosa aquí, es de la zona) para hacer sobre una hoja sobre unas brasas, enormes botellas de sake, los insípidos dulces (alguno habría bueno, pero no lo hemos descubierto) y los encurtidos de verduras y frutas. También había artesanía de madera. La ciudad ha sido tradicionalmente ciudad de carpinteros, debido a la dificultad del terreno para la agricultura y la abundancia de arboles y en consecuencia madera.

Hasta las 15 no podíamos entrar al ryokan, por lo hemos comido en un restaurante típico de ramen. Cuencos humeantes llenos de noodles o udon, sobre un caldo que creemos es de miso. Ellos comen mucho en sitios de este tipo. Simple, nutritivo, rico, rápido y plato único. Esto es lo que ellos llaman menu. Lo bueno es que como no tienen mucho para elegir te entiendes rápido con ellos, muchas de las camareras son señoras mayores que hablan unas pocas palabras en inglés, pero no hace falta mucho más.

A la hora de entrada estábamos en el ryokan prestos y dispuestos para disfrutar de la siesta. Llevábamos muchas horas levantados. Al entrar a la habitación, parecía que entrabas en una escena de película japonesa, encima teníamos un ventanal que daba a un patio interior que tenía arboles. No es que fueran buenas vistas, pero al menos se veía algo verde. La señora que nos ha acompañado nos ha dejado unos kimonos para que nos pusiéramos cómodos. Esti se ha podido poner el suyo, del mío ni rastro, será que los japoneses no son muy grandes y no había de mi talla. Algo nos ha dicho pero como se le entendía muy poco nos quedamos con la duda.

Para las 7 de la tarde teníamos la cena, había contratado media pensión con cena y desayuno, por lo que solo teníamos que bajar. Pero hemos pillado la cama con tantas ganas que nos hemos quedado totalmente dormidos. Cinco minutos después de la hora acordada el teléfono estaba sonando.

Bajamos al comedor, y tenía cuatro mesas muy bajas, con unos cojines para sentarse. De entrada parecía imposible que las piernas me entraran. La postura es incomodisima. Hay que cruzar las piernas para poder inclinarte hacia la mesa. Al de un rato me he sentado de lado porque no aguantaba más, tenía hasta las piernas dormidas. En lo que a la comida respecta, que en esos momentos era lo interesante, en medio de la mesa había una plancha para ir haciendo la comida a tu gusto, sobre todo la carne de hida (espectacular), también había una bañera de agua en la que se hacía la verdura. Todo esto acompañado de sashimi, encurtidos, arroz, una sopa con fideos, cerveza, algún licor japones... una experiencia muy buena si no fuera por la incomodidad de la postura. Cuando mides metro y medio será muy cómodo, pero para el resto es un problema.

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Tras el cambio de planes de ayer, para hoy habíamos previsto visitar la aldea de Shirakawa. Esa era al menos la idea original, pero el día ha amanecido aún peor que ayer. Llovía a cántaros. Hemos bajado a desayunar a las 7:30, nuestra intención era coger el autobús de las 8:50 para volver a la hora de comer. Para desayunar teníamos dos opciones: el desayuno japonés o el europeo, y no lo hemos dudado un instante. Hemos ido a lo seguro. Nos han vuelto a sentar en las mesas bajas de ayer, y han ido sacando una mezcla de productos europeos con nipones, nos esperábamos el café, las tostadas, la mermelada, los bollos, el zumo, pero al final ha sido una combinación de los dos. De todas formas ha sido una buena elección, en las mesas de al lado estaban otra vez con unos hornillos esta vez haciendo verduras y carne sobre una hoja. Y eso esta muy bien para cenar, pero para desayunar...
 
A hacer el check-out del hotel diluviaba, así que hemos tenido que volver a sacar los ponchos y hacer el camino contrario al de ayer dirección a la estación. En esos momentos teníamos claro que con ese tiempo no íbamos a la excursión, por lo que nos dirigíamos a coger el tren hacia Nagoya para coger allí un shikansen a Tokyo. Y en eso estábamos, hasta que hemos  visto que en la parada del autobús había gente esperando. Se nos ha pasado por la cabeza, ¿y si lo intentamos? ¿Y si nos animamos a ir a Shirakawa? Al fin y al cabo era cuestión de apostar y arriesgarse. Quedaban 20 minutos para el autobús cuando estábamos metiendo la maleta en una consigna y nos dirigíamos a sacar el billete. Una vez llegados allí, sería una pena perderse la visita a la aldea.
 
Los 50 minutos de trayecto se han pasado rápido. La orografía es cada es más montañosa y gran parte del viaje se hace en túneles (hemos atravesado uno de 11 kilómetros). Tuvo qué ser un desafío construir esta carretera. Uno de los problemas con el que cuentan los habitantes de Shirakawa es que desde que construyeron la carretera el tránsito de turistas se ha masificado. Me imagino que querrán turismo, pero el mínimo, sin que afecte a sus vidas. Durante siglos la difícil comunicación ha sido una forma de conservar su identidad, pero al ser una de las aldeas japonesas más atractivas y mejor conservadas, es un reclamo para el japonés medio, habituado a vivir en las ciudades.
 
Al llegar a la aldea el autobús te deja en un parking en las afueras, y tras pasar un puente te adentras en un mundo distinto. Casas con los tejados muy inclinados, de paja, enteras de madera, tal como ha sido la arquitectura local hasta hace décadas. Entre las casas hay pequeños caminos, arrozales, canales de agua con enormes peces, algún que otro templo... No me extraña que sea unos de los lugares preferidos por los japoneses. A todo esto seguía lloviendo a mares, y con la ayuda de los ponchos y un paraguas hemos cruzado todo el pueblo y hemos ascendido a un mirador. Las vistas desde esa altura eran espectaculares. La aldea rodeada de montañas con nubes, las casas con los tejados de paja, todo de postal. Casualmente cuando hemos llegado arriba ha parado de llover, por lo que hemos podido sacar fotos a gusto. Hasta ese momento era imposible sacar la cámara sin que se mojara. 
 
 
 
 
 
 
Ya sin ponchos, hemos descendido por un sendero y hemos continuado la exploración ya más  tranquilos. Sin la lluvia hemos podido disfrutar un poco más, parandonos y sacando fotos a las casas, a los arrozales, a los peces... Y así ha transcurrido la mañana, paseando por los caminos vecinales. Antes de coger el autobús de vuelta nos hemos tomado un café en una cafetería con grandes ventanales, por lo tanto con buenas vistas a las casas y a las montañas. Alguna estaba nevada, y es que la estampa típica del pueblo es con los tejados nevados, algo que tiene que ser común en invierno.
 
 
Autobús de vuelta y para las 14 estábamos en Takayama comiendo un buen cuenco de ramen frente a la estación. Tocaba coger el tren hacia Nagoya en media hora por lo que hemos comido rápido, algo muy fácil en este tipo de sitios. Y la tarde ha discurrido entre trenes, escala de nuevo en Nagoya e Hikari a Tokyo. Hemos llegado a la capital de noche, por lo que nos ha impresionado la cantidad de carteles luminosos que hay, sobre todo en Akihabara, el barrio donde esta nuestro hotel. Aunque tampoco es de extrañar, es el barrio de las tiendas de electrónica, por lo que hay carteleles luminosos enormes y algún que otro pachinco o salón de juego de Sega, la marca mítica. El cambio es brutal comparándolo con la ciudad de donde venimos. Pero lo que nos deparara Tokyo lo dejo para las siguientes entregas: esto promete.
 
 

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A pesar de que llevamos varios días de viaje y el cansancio empieza a notarse cada vez un poco más, arrancamos el primer día de visita a Tokyo con muchas ganas de descubrir que puede ofrecernos la ciudad. En el hotel no tenemos el desayuno contratado, por lo que salimos del hotel y buscamos un lugar que nos encaje, algo occidental para desayunar por favor. En breve encontramos una cafetería de estilo francés de la cadena Vie de France, por lo que el café, el zumo y el bollo esta asegurado, y todo con vistas a la estación, por lo que podemos observar a los japoneses mientras desayunamos. El barrio parece otro de día, sin las llamativas luces nocturnas, las tiendas de electrónica todavía están abriendo sus puertas.

Para esta primera jornada tenemos previsto visitar dos de los distritos de la ciudad. A diferencia de lo que ha sido la constante del viaje, a partir de ahora iremos visitando los distintos barrios, para descubrir su ambiente, las tiendas, mercados... dejamos de lado la visita a templos, aldeas y bambis durante estos cuatro últimos días, nos pasamos a la vida urbana.

Aprovechando el pase de tren JR, podemos coger la linea circular Yamanote que atraviesa los distritos más populares. Así que nos dirigimos en esta linea de tren hasta Shinjuku. Su estación es la más transitada del mundo: 3 millones de personas pasar por ella al día, casi nada. Imaginar el movimiento que puede haber. Sobra de decir que los sótanos están plagados de tiendas y restaurantes, como todas las estaciones japonesas. Nada más salir de la estación nos hemos encontrado con el oso de peluche del Line, que nos ha invitado a probar arroz. Hay un acto promocional de una cocedera de arroz de la marca Panasonic, y tenemos que ser la atracción porque todos los azafatos/as nos animan a que vayamos a probar el arroz. No hemos podido evitar hacernos una foto con el peluche (la persona que había dentro no podía medir más de metro y medio). Ha sido muy divertido.

Además de por su estación, Shinjuku destaca por su zona financiera y de negocios, con sus altísimos rascacielos. Esa es la parte seria del barrio, ya que por otro lado se encuentra el barrio rojo, Kabukicho, donde abundan los bares y restaurantes a donde los trabajadores se acercan tras salir del trabajo. Pero no le llaman el barrio rojo por eso precisamente, sino por los clubs y la prostitución. Como hemos estado de noche no hemos visto nada raro excepto algunos carteles, seguro que de noche el tema se anima, jeje.

Una de las principales atracciones del distrito es el jardin de Shinjuku Goien. Cuando los cerezos están en flor es un espectáculo (eso hemos visto en las fotos), pero como hemos llegado tarde nos conformamos por pasear por sus caminos y senderos. Es un auténtico pulmón para una ciudad con tanto hormigón. Vemos más de una familia de pic-nic, a muchos jubilados sacando fotos a los arboles y plantas, o a turistas como nosotros buscando la sombra que nos dan sus arboles. Merece una visita el jardín botánico, con variedades de plantas imposibles de ver en el exterior. Pero lo que más nos ha gustado sin duda han sido las vistas desde unos ventanales que se podían disfrutar en una casa de estilo japones: el estanque, con el césped con un verde intenso y algunas flores para poner algo de colorido a la escena. De lo mejor del día.

Tras días aguantan las ganas de entrar a un pachinco (estaba esperando a llegar a Tokyo) cuando hemos salido del parque no he podido evitar meterme en uno. Además de los típicos juegos para conseguir regalos empujando con unas palas o unas manos mecánicas, en otros pachincos que vimos desde fuera me había llamado la atención una máquina con tambores, así que me he animado a jugar. El juego consiste en golpear el tambor cuando unos círculos llegan a la altura de una marca que hay en la pantalla. Es como una linea de producción, a medida que van pasando tengo que acertar el punto exacto. Sin darte cuenta, la propia máquina te empuja a marcar el ritmo y los golpeos no son aislados sino parte de la música que suena desde la máquina. Toda una experiencia.

Tras la partida en el pachinco, hemos buscado un callejón que mencionada la Lonely y que supuestamente esta pendiente de derribo. Es una estrecha calle que cuenta con infinidad de pequeños restaurantes de udon o ramen. En todos ellos se come en una barra sentado en un taburete, viendo como el cocinero prepara tu plato. Esta todo bastante viejo, es la zona menos moderna y más sucia de lo que hemos visto hasta ahora. Pero a pesar de su aspecto se agolpan hombres trajeados en sus barras.

Para la tarde/noche hemos dejado el segundo distrito del día: Shibuya. Este barrio destaca porque se concentra la juventud para lucir sus mejores galas. Las tiendas de moda se entremezclan con los bares o restaurantes. Es una mezcla peculiar, pero el ambiente es increíble. Las luces, las pantallas en los edificios, la música, es una auténtica locura. Para darse de cuenta de toda la gente que hay en la zona no hay más que acercarse al cruce que hay junto a la estación: uno de los más famosos del mundo. Cada vez que el semáforo se pone en verde, cientos de personas (¿miles quizá?) cruzan en todas las direcciones. En riadas. Cuando vas caminando ves que una horda se acerca frente a tí, como si fuera una batalla. Pero cuando llegas a su altura la gente de entremezcla sin ningún roce ni contacto físico. Es prácticamente imposible no tocar a nadie, pero lo consigues. Si desde dentro de la marabunta impresiona, verlo desde la distancia lo hace aún más. Durante un minuto y como si fueran hormigas, todas esas personas cruzan a la vez para dejar vacía la calle poco después.

Otra de las características de Shibuya es que hay bastantes hoteles del amor, donde los japoneses alquilan habitaciones por horas, de ahí su nombre. Estas calles están un poco apartadas de la zona más comercial, pero no mucho, se encuentran en un minuto. Nosotros estábamos callejeando cuando hemos empezado a ver hoteles con carteles y nombres un poco 'raros', habíamos encontrado los hoteles del amor sin darnos cuenta.

Tras estar un buen rato recorriendo sus calles, nos ha dado tiempo también a hacer alguna compra y a tomarnos una cerveza japonesa en un pub de estilo inglés (vaya mezcla), así que hemos decidido volver a Akihabara a cenar. Ya se estaba haciendo un poco tarde y así estaríamos más tranquilos por la hora de cierre del metro. Cerca de la estación nos hemos encontrado un local de sushi que tenía cola en la puerta, por lo que nos hemos decidido a esperar: si la gente dedicaba un rato a hacer cola, por algo sería. Después de unos diez minutos y apuntarnos en la lista de reservas, nos han sentado en la barra. Enseguida nos ha atendido un señor desde el el otro lado, el iba a ser el encargado de preparar nuestra cena. Para empezar hemos pedido una par de raciones variadas. El señor las iba haciendo delante nuestro. Había cuatro cocineros en la barra, y cada uno de ellos atendía una zona. Detrás de ellos hacia otra persona limpiando y troceando el pescado para suministrarlo a la barra. El escenario era el mejor, pero la comida no ha estado todo lo buena que esperábamos, a pesar de que el pescado parecía fresco. No estaba malo, ni mucho menos, pero tampoco era para tirar cohetes.

Y con esto damos por finalizado nuestro primer día en Tokyo, que ha sido muy intenso. Ha supuesto un cambio radical de lo que ha sido el viaje hasta ahora, Kyoto no tiene nada ver con esto, van a otro ritmo muy distinto. Así que ahora nos toca amoldarnos al ritmo de vida de Tokyo, por nuestra parte ninguna pega, lo que hemos visto hasta ahora nos ha gustado.

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Para la jornada de hoy teníamos previsto visitar dos de los distritos comerciales de Tokyo. Si bien la gran mayoría de los barrios tiene tiendas y negocios de hostelería por doquier, estos dos destacan sobre el resto.

Al llegar a Roppongi, sales de la estación y directamente te encuentras el acceso al centro comercial Roppongi Hills. Se trata de un altísimo edificio que aúna vida familiar (los pisos son viviendas) junto con bienestar y ocio (los aledaños son el centro comercial que mencionaba). El objetivo cuando los construyeron era exactamente ese, integrar todo en un mismo lugar. Pero no se si ha tenido el éxito que buscaban. Lo que nos llamo la atención fue encontrarnos la misma araña del Guggenheim en una de sus plazas, pensábamos que era algo exclusivo de Bilbao, pero parece que no. Pero sin duda lo mejor del centro, ya que sus tiendas no aportaban nada, era que había unas estupendas vistas de la torre de Tokyo. Nada más que destacar.

Adentrados en el mismo barrio, comenzamos a callejear por su avenida principal. Pero tampoco es que hubiera nada que nos llamara la atención. Roppongi es conocida sobre todo por su vida nocturna, que debe ser muy animada, pero al ir nosotros por la mañana poco pudimos ver. Aprovechando que estábamos por el barrio nos metimos en una tienda llamada Don Quijote, de donde viene el nombre y quién se lo puso, vete a saber. Se trata de una cadena de comercios que tiene tipo de cosas, muy variadas, desde ropa, a bicis, comestibles, y los más llamativo: juguetes eróticos. Puedes ir caminando entre estanterías de comida cuando te puedes encontrar una surtida variedad de consoladores, bolas chinas o vibradores, como si fuera lo más normal del mundo (no entro a juzgar si es normal o no, pero al menos me resulta llamativo). No pude evitar asomarme por la planta de las bicis, eran todas de paseo, no había ninguna de corredor, solo alguna mountain-bike con ruedas extragrandes. Lo extraño en este caso era que la marcas de las bicis no eran las que nosotros conocemos, sino que eran marcas de coches: Ferrari, Renault, Peugeot... Todo muy extraño, no se cual puede ser el motivo, pero habrá que investigar.

Uno de los punto atractivos del distrito es el Midtown, donde hay museos de arte, el hotel Carlton-Ritz y otros centros comerciales arquitectónicamente muy llamativos. Es la zona más prospera y en auge por lo que pudimos apreciar. En este punto vimos una de las típicas gasolineras con los surtidores colgados del techo. Son bastante comunes en las ciudades, donde no hay mucho espacio. Encima coincidió que estaba repostando un coche de policía, por lo que la foto estaba asegurada.

Y Roppongi no dio para mucho más, la verdad es que comparándolo con otros distritos, nos había decepcionado un poco.

La siguiente parada era Ginza, la que comparan con la quinta avenida de New York. Habíamos leído que lo interesante era ir el sábado por la tarde, ya que cerraban las calles principales al tráfico. Nada más salir de la boca del metro te das cuenta de que se trata de una invasión popular. Una amplia avenida tomada por peatones. La primera impresión impacta. El ambiente no tiene absolutamente nada que ver con Roppongi. En medio de la avenida colocan mesas, sillas y sombrillas como si de una terraza veraniega se tratara.

Una vez más, las tiendas de ropa, bares y restaurantes toman cada hueco de la calle. Y ya no solo en la planta baja, sino que en los pisos superiores también puedes encontrar un bar o restaurante. Pero esto no es algo común solo en esta calle, ni tampoco en Tokyo o Japón, en China por ejemplo también estaba bastante extendido. Y esto es algo que choca y mucho con nuestro concepto de comercio o negocio, ya que tenemos la costumbre de que este todo a la vista. Me imagino que esto es más una obligación que una elección, es imposible encontrar un metro cuadrado vacío a pie de calle, por lo que han tenido que seguir creciendo hacia arriba si o si.

Pero si en algo nos hemos reafirmado tras visitar Ginza es que los japoneses tienen un serio problema con las compras, es la fiebre del consumismo. Eso y que les da igual hacer cola por cualquier cosa cuando creen que algo merece la pena, en una cervecera por ejemplo la cola llegaba a la calle y seguía varios metros, y todo por tomar una cerveza muy fría. Lo que hemos visto en Ginza se puede resumir con unas pocas palabras: tiendas y compras, compras y tiendas.

Por la noche hemos vuelto a Shibuya, ya estuvimos ayer, pero al ser sábado el ambiente era mucho mejor. En la plaza de la estación nos hemos encontrado una concentración, con un señor subido en el techo de una furgoneta dando un discurso no sabemos sobre que, y una mujer occidental haciéndole cuernos justo debajo. Enfrente, unos 20-30 personas con banderas de Japón. ¿De que estaría hablando? Quien sabe. Pero el hecho de ver a esa chica occidental debajo haciéndole gestos puede darnos una pista.

Poco después nos hemos encontrado una manifestación contraría al tabaco. Hoy es el día mundial contra el tabaco. En Japón tienen un problema, o al menos así lo veo yo: se fuma en restaurantes y bares. Lo que no es muy normal es que después haya carteles para que no fumen por la calle, y marquen puntos donde si se puede fumar, y se agolpen los fumadores. Encima en los restaurantes te preguntan fumador o no fumador, cuando realmente la dos zonas no están separadas, por lo que puedes estar pegado a la zona de fumadores siendo no fumador y tragarte todo el humo. ¿Que sentido tiene eso? ¿Dejan fumar en algunos espacios cerrados y después te lo prohíben en la calle?

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Tras la jornada de tiendas de ayer (no entramos en muchas, y menos mal), para el domingo tocaba acercarnos a los barrios más tradicionales de Tokyo. Y comenzamos el día en Asakusa. A diferencia del diseño y la arquitectura vanguardista de Roppongi y Ginza, Asakusa destaca por mantener la espíritu más tradicional. Aquí no hay espacio para lo chic. No es que se trate de un lugar cutre, pero sus edificios o negocios de ven más antiguos. Al salir de la estación del metro se divisa se divisa el skytree de la ciudad al otro lado del río. No pueden ser dos orillas más opuestas.

En Asakusa se encuentra uno de los templos más conocidos de Tokyo: Senjo-ji. Para llegar al mismo se atraviesa un largo pasillo con casetas a los lados, y con todo tipo de productos a la venta. Es tal la multitud que cuesta abrirse paso, pero poco a poco nos vamos acercando y por fin llegamos hasta el templo. La multitud se agolpa para ver su interior, por lo que prácticamente no intentamos asomarnos, ya hemos visto un montón de templos y este no tiene nada especial que pueda merecer la pena (nada que ver con Nara por ejemplo).

Además del pasillo de puestos, existen otras galerías comerciales por las que pasamos sin detenernos. Ya empezamos a estar un poco cansados de ver tanta tienda. Por lo menos aquí venden productos más tradicionales; quimonos, zapatillas, algo de menaje... y se hace un poco más llevadero. Solo falta encontrarnos un Zara. La misma gente de los puestos o que pasea no tiene nada que ver con Ginza por ejemplo, además de ser personas más mayores, se les ve otro aspecto. Lo que no pudimos encontrar fue la calle donde venden las maquetas de plástico de la comida. En el 90% de los restaurantes japoneses exhiben maquetas de los platos de cocina en un escaparate fuera del local. Así te puedes hacer una idea de lo que tienen. Aunque yo no creo que sea del todo útil: puedes saber que cocinan uno u otro plato, pero es imposible que sea el aspecto aproximado. Si todos los restaurantes compran las maquetas en el mismo sitio, ¿que los diferencia?

Algo que nos llamo la atención en Asakusa fue un parque de atracciones que había cerca del templo, antiguo, muy antiguo. Choca que siendo el país de la tecnología mantengan esa reliquia, aunque quizá lo hagan por la nostalgia de tiempos pasados. Solo lo vimos desde fuera, pero las atracciones podían ser perfectamente de la época del parque de Bilbao.

Al igual que Asakusa, el próximo barrio que íbamos a visitar mantenía las raíces del viejo Tokyo. Si nos quejábamos de que hasta el momento no habíamos visto más que tiendas, en Ueno nos encontramos un mercado de lo más concurrido. Pescado, carne, fruta, ropa, relojes, golf, gafas, joyas, pachincos... todo lo que pudieras necesitar se encontraba en este mercado de Ameyayokocho. El gentío era tal que constaba caminar incluso más que en Asakusa. Los vendedores se ponían de pie sobre sus puestos y gritaban una y otra vez intentando llamar la atención de los caminantes. Aquello parecería un rastro cualquiera si no fuera porque lo que vendían no eran productos de mala calidad. Eran cosas de marca, y nada baratas.

Junto con la ropa y complementos, había multitud de puestos de comida, en los que asaban una especie de pinchos morunos. No tenía la mejor pinta del mundo, pero muchas calles estaban tomadas por terrazas de sillas de madera, y había muchísimas personas comiendo. Parecía que de un momento a otro iban a empezar a sacar raciones de rabas en vez de los pinchos. Como ya estábamos bastante cansados y sobre todo sofocados (hacía bastante calor y el sol llegaba castigándonos desde la mañana), decidimos meternos en un chiringito (no se si se podría llamar restaurante) para comer y reponer fuerzas. Los pinchos no estaban malos.

Como ya he comentado, estábamos algo cansados y nos volvimos al hotel a descansar y volver a salir un poco más frescos. Al salir de la estación de Akihabara descubrimos que la calle estaba cortaba, igual que el día anterior en Ginza. Cada ciertos metros había un guardia que obligaba a todo el que iba en bicicleta a bajarse de la misma, pero anécdotas ciclistas aparte, no entendíamos a que podía deberse el cierre de tráfico. Hasta que empezamos a ver japoneses con unas enormes bolsas de Intel. Se estaba celebrando una presentación de algún procesador de Intel. Las azafatas, vestidas para la ocasión con los colores corporativos, repartían las bolsas a todo el que se acercaba. Había varios stands con hardware (placas, ventiladores... y algunos freakies se agolpaban). Pero donde más gente había era frente al escenario, donde un tío con un gorro de cabeza de tigre explicaba las bondades del producto (o eso creemos, no le entendíamos nada por supuesto).

A diferencia de otros días el barrio estaba muy animado, por lo que entramos por algunas calles que no habíamos estado hasta ahora. Akihabara, por si no lo he comentado hasta ahora, es el barrio de la electrónica y del manga. Junto con infinidad de tiendas de informática, se agolpan tiendas de comics, libros, música, lencería... Se puede decir que es el distrito freakie de la ciudad. Cualquier persona que este interesada en el manga sería feliz en estas calles.

Pero ese no es el único interés que puede despertar el barrio. En la zona están las típicas cafeterías donde las camareras se visten de doncellas francesas, todas 'inocentes' jovencitas, y sirven amablemente a los clientes. En algún sitio leí que incluso podían llegar a limpiarte los pies. Aunque no llegan a nada más, esta claro que es una forma de que los hombres fantaseen con ellas. En algunos incluso hay actuaciones musicales. El más famoso de todos ellos es el AKB48. Llegan a vender cartas de las chicas por las tiendas de la zona, se ven carteles e incluso anuncios de televisión. Haciendo zapping nos pareció ver que también cantaban y que tenían una canción que era un gran éxito. Pero no que ahí la cosa, en la cafetería tienen una tienda en la que venden todo tipo de productos con sus caras. La publicidad de este tipo de sitios y otros de peor pinta la repartían jovencitas vestidas con trajes de sirvientas en cualquier esquina. O vestidas con ropa de personajes de series manga.

Tras un descanso merecido, habíamos pensado acercarnos al barrio de Harajuku para ver a las excéntricas tribus urbanas. Cada domingo, en un parque de Harajuku se concentran los jovenes de Tokyo para mostrar sus atuendos más raros. La gente se viste como sus héroes, salen disfrazados como los personajes manga. Llegamos un poco tarde y al estar anocheciendo no llegamos a entrar al parque, porque ya habría poco que ver, pero en los alrededores llegamos a encontrar a algún que otro personajillo. Un grupo de jovencitas vestidas con trajes rosas, con pelucas, algunos incluso con cuernos. Serían un grupo de unas diez, que llamaban la atención de toda la calle. Hasta ahí más o menos normal. Lo que nos dejo alucinados fueros dos señores vestidos de personajes femeninos de manga, con peluca y todo. Increíble. Por la mañana en la estación de Akihabara también habíamos visto a un tipo con la cabeza rapada y un traje rojo (hasta con lazos). Pensábamos que sería algo puntual, pero no, parece que es común. Por lo que pudimos leer, y a diferencia de los travestidos, muchas jovencitas utilizan el disfrazarse y reunirse en el parque como una vía de escape. Tras sufrir la marginación en el colegio durante toda la semana, los domingos se disfrazan buscando una segunda vida que les satisfaga.

Como no, Harajuku también tiene sus centros comerciales y tiendas. El público es un poco más joven, incluso adolescente. La ropa también es algo más alternativa, existen tiendas de ropa de segunda mano además de los Zara o Desigual de turno.

Y esto es lo que nos ha ofrecido nuestro penúltimo día. A diferencia de lo que ha sido el viaje hasta llegar a Tokyo, la cosa ha cambiado mucho en la capital. Ya empieza a cansarnos tanta tienda y centro comercial.

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Isusko (2013-06-08, 16:26)
Gustar sólo no, a sido una auténtica pasada.

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Para nuestro último día habíamos reservado uno de los platos fuertes de Tokyo: el mercado de Tsukiji, el mayor mercado mayorista de pescado y productos marinos del mundo. Debido a la espectacularidad del lugar: por el frenético ajetreo de los trabajadores o por el volumen de los muy fotografiados atunes, el mercado se había convertido en un foco de atención de los turistas. Esta avalancha de turistas había llegado a ser tal que durante un tiempo llegaron a vetar su presencia: los trabajadores, además de estar a su tarea, tenían que aguantar a los fotógrafos y curiosos que se colaban en cualquier esquina, tocaban la mercancía,...

Ahora se puede visitar la lonja de pescado a través de una visitas guiadas, y nuestra primera idea era esa, pero la visita esta limitada a las primeras 120 personas que vayan. De todos modos, el mayor problema es que hay que ir a las 5 de la mañana, y a esas horas no hay metro, por lo que si no tienes el hotel cerca o te pagas un taxi es casi imposible llegar a esa hora. En vista de que era imposible visitar la lonja, decidimos acercarnos una vez abrían el mercado al público y desayunar sushi en uno de los restaurantes que hay enfrente.

En parte exterior del mercado hay asimismo varias calles plagadas de tiendas, puestos callejeros de comida y restaurantes, por lo que antes de llegar a la lonja ya se notaba que había muchísimo movimiento en la zona. Y no nos equivocábamos, a pesar de llegar tarde, nada más traspasar la puerta empezamos a ver los carros motorizados circulando a toda velocidad, como si compitieran entre ellos. Lo más llamativo eran los enormes volantes con los que los conducían.

 

 

Así como nosotros, había un montón de turistas que deambulaban por la zona. Muchos hacían cola en los restaurantes, y las colas eran largas. Todos nos habíamos acercado a lo mismo. Estuvimos dando unas vueltas por las calles esperando encontrar alguno que no tuviera mucha cola, y tuvimos suerte. En diez minutos estábamos sentados en la barra y eligiendo nuestro desayuno: el sushi y sashimi más fresco del mundo. Y esta vez si que mereció la pena, a diferencia de la cena de unos días antes, el sabor del pescado era espectacular. Pero la comida no es el único aliciente, hay que ver como los cocineros preparaban los platos, dan forma al arroz o lo impregnan de wassabi. Puro arte.

Después de saborear el sushi y comprarnos una taza de te de recuerdo, volvimos al mercado exterior donde había muchísimo más ambiente que antes. Calles y calles con puestos de comida: pescado fresco sobre todo, también carne, fruta o dulces, y como no puestos de sushi o noodles. El color de los lomos de atún era llamativo, pero aún lo era más alguna cabeza que vimos. Llamaba la atención también que en algunos puestos había hombres trajeados que paraban a comer en un momento, un cuenco de noodles y a seguir trabajando. A pesar de que la zona estaba animada, el sol pegaba cada vez más, por lo que salimos hacia la zona de la estación de Tokyo. Por el camino paramos para tomar un refresco y descansar a la sombra, lo necesitábamos.

La zona centro de Tokyo, que se extiende en los alrededores de la estación central de tren y metro, concentra gran cantidad de edificios emblemáticos y centros comerciales. Sin olvidar los turistas que se entremezclan con los trabajadores de las oficinas que salen a comer. El edificio de la estación es el más bajo pero el más antiguo y atractivo de todos. Arquitectonicamente es un barrio sobresaliente. Además de la estación que ya he mencionado, justo a su lado hay un edificio con un gran terraza en el ático, y que destaca por su amplio vestíbulo. Claro que también es un centro comercial, para variar. Desde el ático hay unas hermosas vistas del entorno de la estación.

Muy cerca se encuentra el palacio imperial, pero lo habíamos descartado como visita, preferíamos centrarnos en la vida urbana y en los barrios, nos conformábamos con Kyoto como exponente del antiguo Japón. En cambio si nos acercamos al Foro Internacional, un emblemático edificio utilizado para conferencias, conciertos o exposiciones. Pero ese no era el único uso que le daban, en su plaza se agolpaban varias furgonetas que vendían comida rápida, y enfrente comía un montón de gente en mesas y bancos, al aire libre.

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